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Buenos Aires, ciudad educadora

sábado, 9 de agosto de 2008

¿Qué tipo de ciudad es generador de ciudadanía?

Por Viviana Taylor


En países como el nuestro, con una clara tendencia a la urbanización, la pregunta es más que pertinente. El mundo hoy se está organizando como una red jerárquica de ciudades de distinta escala e influencia, y esta tendencia debe ser un insumo de políticas públicas.
¿Cuáles serían, entonces, los principios urbanos que se deberían defender para que la ciudad pueda ser más inclusiva?
Según Fabio Quetglas, en “Qué es el desarrollo local”[i], hay seis necesidades prioritarias que las ciudades no deberían desatender:

1. La revalorización del espacio público.
Cuando hablamos de espacio público, estamos aludiendo a un lugar de intercambios, de diálogo, de política. Donde hay menos espacio público, no sólo hay menos ciudad, sino menos ciudadanía; por lo que nos convendría recordar cómo, durante la última década del siglo pasado, a la vez que se iba reduciendo el lugar del Estado de la mano de recorte de las acciones de política pública, y se iba privatizando lo que hasta entonces había sido “de todos”, se restringían los espacios públicos físicos y se desalentaba la participación social y política. El fenómeno de pérdida de sentido público de estos espacios se describió como “deslocalización” y en la actualidad hablamos de “relocalización” para hacer alusión al fenómeno inverso, de recuperación de la dimensión pública de estos espacios.

2. La conciencia de finitud de los recursos.
La ciudad es un espacio de consumo intenso de recursos que son escasos, como el suelo y el agua, a la vez que crea la percepción de tanta distancia del entorno natural que se pierde la noción de tal finitud. Por otra parte, en nuestra cultura es habitual asociar el derroche con cierto “status”: piletas de natación en casas particulares, traslados de una sola persona en automóviles particulares en trayectos entre ciudades, lavavajillas de uso cotidiano en casas con menos de cinco moradores, luces encendidas en ambientes deshabitados o durante el día… A la par de esto, el control del crecimiento urbano y la administración del suelo urbanizable también exigen medidas, a la vez que es necesario crear toda una cultura de densificación de las ciudades, que considere el uso racional de la infraestructura y la recuperación y mantenimiento de los espacios públicos.

3. Prioridad absoluta de los medios de transporte públicos.
No podemos obviar el hecho de que una ciudad sin movilidad es una ciudad mutilada, por lo que una ciudad que depende de medios privados para movilizar sus recursos está en vías de serlo, por insostenible y fragmentada. Si superamos la asociación entre las ideas de transporte privado y status, será fácil percibir que los beneficios superan con creces cualquier argumento a favor de cierta idea de mayor comodidad: el transporte público es más económico, una red eficiente permitiría economizar tiempo, habría menos accidentes, y se reduciría la polución. Y, por supuesto, una red eficiente de transporte público sería accesible a todos y facilitaría la llegada donde fuese necesario.

4. Policentralidad.
Nuestras ciudades “radiales” reflejan una incapacidad de las administraciones locales y de la sociedad para generar alternativas de actividades que constituyan nuevos polos de centralidad, a la vez que se manifiestan como inadecuadas para satisfacer las demandas de las nuevas formas y relaciones económicas. Mientras en algunos sitios se concentra la infraestructura y los servicios, en otros se desatienden las necesidades vinculadas a ellos, obligando a traslados de los eventales –o cotidianos- usuarios. En una ciudad policéntrica se amortiza mejor la infraestructura, se garantizan servicios extendidos, se barre con las barreras de la distancia entre los usuarios y los servicios, y sobre todo con la idea de centro-periferia, puesto que favorece el desarrollo local.

5. Equipamientos suficientes.
Si bien lo que define a una ciudad no son sus equipamientos, una ciudad que no los tenga –o los tenga de un modo insuficiente- no contará con los soportes para la realización de sus actividades. Una ciudad requiere de calles asfaltadas, de red cloacal y de agua corriente, de suministro de gas, de escuelas y servicios de salud, de una terminal de ómnibus y una red de transporte público, de centros culturales, deportivos y de entretenimiento… Cuando estas necesidades sólo son satisfechas por la iniciativa privada, la participación ciudadana es sólo una utopía, en su literal acepción del término.

6. Sostenimiento de espacios de socialización.
En fin, para que una ciudad sea tal, lo más importante es que sus habitantes se consideren ciudadanos, esto es, parte de la misma. Si bien se trata de un valor intangible, no es un valor en absoluto menor. Muchas sociedades fragmentadas no son más que el reflejo material de una ciudad que ya estaba dividida. Y reconstruir la ciudadanía perdida implica asumir el desafío de hacer una ciudad educadora e integradora, para lo que son indispensables los espacios de socialización masivos: una educación pública de calidad, una estructura urbana acorde con esta necesidad, paseos públicos, una oferta cultural diversificada, acceso a los medios de comunicación, etc.

[i] Quetglas, Fabio. “Qué es el desarrollo local”. Editorial Capital Intelectual. Colección Claves para Todos. Buenos Aires. 2008

Ciudad Educadora. Algunas perspectivas de análisis.

Por Pilar Figueras Bellot
Secretaria General


El urbanista J. Borja (1) define la ciudad como "aquel producto físico, político y cultural complejo, europeo y mediterráneo, pero también americano y asiático, que hemos caracterizado en nuestra ideología y en nuestros valores como concentración de población y actividad, mezcla social y funcional, capacidad de autogobierno y ámbito de identificación simbólica y de participación cívica. Ciudad como lugar de encuentro, de intercambio, ciudad igual a cultura y comercio. Ciudad de lugares y no un mero espacio de flujos".
El politólogo Isidre Molas (2) explica que "la ciudad moderna constituye un marco primario de vida social y de interrelación; y, por tanto, de solidaridad. Que ésta sea dejada a la iniciativa privada o sea organizada de una manera colectiva por la misma ciudad es un aspecto opcional, lo cual no significa que sea irrelevante. Como tal marco proporciona un haz limitado de posibilidades, dentro del cual las personas se mueven y optan. Es decir, concreta las posibilidades de libertad real para ejercer las libertades universales que el derecho y las costumbres del sistema democrático otorgan. Frente al individualismo, la ciudad es marco de solidaridad. Frente al aislamiento, es marco de comunicación.
La ciudad cuenta con las mejores condiciones materiales para forjar una oferta general de difusión de los aprendizajes y de los conocimientos útiles para vivir en sociedad y, al mismo tiempo, puede crear la gradación más dispersa de desigualdades en su distribución. La ciudad es un escaparate lleno de posibilidades y de ofertas diversificadas para ser elegidas, pero también puede vivir organizada en su desaprovechamiento o en la distribución desigual de la libertad para hacerlo. El urbanismo nos ha enseñado como la misma trama urbana puede introducir en su seno la desigualdad de condiciones, pero hemos aprendido también que ésta no es producto del destino, sino de la actuación de las personas.
El sistema municipal, por su proximidad a los ciudadanos, es el más abierto y el más transparente. Sus decisiones y administración son las más palpables y por tanto las que generan más fácilmente opinión pública. Es, por tanto, escuela de ciudadanía.
La ciudad es, pues, un marco y un agente educador que, ante la tendencia a la concentración del poder, practica la opinión pública y la libertad; ante la tendencia al gregarismo, expresa el pluralismo; ante la tendencia a distribuir desigualmente las posibilidades, defiende la ciudadanía; ante la tendencia al individualismo, se esfuerza por practicar la individualidad solidaria. Facilita el tejido de los hábitos ciudadanos que crean el sentido de reciprocidad, el cual engendra el sentimiento de que existen intereses que no han de ser lesionados. Une con los suaves lazos de la vida compartida. Permite formar personas sensibles tanto a sus deberes como a sus derechos".
En este encuadre, la educación aparece nítidamente como la acción que va más allá de las familias y las escuelas. Aunque incluyéndolas como factores clave, la educación comprende hoy, multitud de parámetros y de agentes no reconocidos hasta ahora y abraza toda la población.
En cuanto a Barcelona, con motivo del I Congreso Internacional de Ciudades Educadoras en 1990, el Ayuntamiento acuña la expresión"ciudad educadora" lo hace desde el convencimiento indiscutible que la ciudad es educativa por el solo hecho de ser ciudad, es fuente de educación en ella misma, desde múltiples esferas y para todos sus habitantes.
La ciudad es pues educativa per se: es incuestionable que la planificación urbana, la cultura, los centros educativos, los deportes, las cuestiones medioambientales y de salud, las económicas y presupuestarias, las que se refieren a la movilidad y a la viabilidad, a la seguridad, a los diferentes servicios, las correspodientes a los medios de comunicación, etc. incluyen y generan diversas formas de educación de la ciudadanía.
La ciudad es educadora cuando imprime esta intencionalidad en la forma como se presenta a sus ciudadanos, consciente que sus propuestas tienen consecuencias en actitudes y convivencias y generan nuevos valores, conocimientos y destrezas. Están implicados todos los ámbitos y conciernen a toda la ciudadanía.
Esta intencionalidad constituye un compromiso político que ha de asumir, en primer lugar, el gobierno municipal, como instancia política representativa de los ciudadanos y que les es más próxima; pero ha de ser necesariamente compartida con la sociedad civil. Significa la incorporación de la educación como medio y como camino hacia la consecución de una ciudadanía más culta, más solidaria y más feliz.
Dicho compromiso reposa sobre tres premisas básicas: información comprensible- necesariamente discriminada- hacia la ciudadanía, participación de esta ciudadanía desde una perspectiva crítica y corresponsable y finalmente -aunque no menos importante- evaluación de necesidades, propuestas y acciones.
Para la ciudad educadora, el gran reto del s.XXI es profundizar en el ejercicio de los principios y valores democráticos por medio de orientaciones y actuaciones adecuadas. Hay pues que introducir en el ordenamiento jurídico-político propio de cualquier democracia, factores pedagógicos que permitan utilizar la información, la participación y la evaluación como ejes de aprendizaje y de educación, y de construcción de ciudadanía.
El compromiso antes citado comporta, dentro del propio gobierno local, unas determinadas relaciones y formas de trabajo entre los miembros del equipo de gobierno, dada la transversalidad del tema.
Muchas políticas municipales continuan considerando, todavía, la ciudad educadora sólo como un conjunto de actuaciones relacionadas, de una manera u otra, con las instituciones o edades educativas convencionales. A menudo, las políticas de ciudad educadora parecen interesar o implicar sólo a los departamentos o instituciones educativas.
La ciudad educadora es un nuevo paradigma, un proyecto necesariamente compartido que involucra a todos los departamentos de las administraciones locales, las diversas administraciones y la sociedad civil. La transversalidad y la coordinación son básicas para dar sentido a las actuaciones que incorporan la educación como un proceso que se da a lo largo de toda la vida.
Las autoridades locales han de propiciar, facilitar y articular la comunicación necesaria para el conocimiento mutuo de las diversas actuaciones que se llevan a cabo y para establecer las consiguientes sinergias para la acción y para la refexión, constituyendo plataformas conjuntas que posibiliten el desarrollo de los principios de la carta de Ciudades Educadoras.
Las formas concretas de este desarrollo y la concreción del concepto ciudad educadora son tan diferentes como diversas son las ciudades. Con ritmos y niveles de implicación diferentes. Esto dependerá de su propia historia, ubicación, especificidad y también del propio proyecto político.
Sin duda, el camino para conseguir una ciudad educadora es largo, pero es también estimulante y positivo y ha de ser trazado y reconocido por todos: gobiernos locales y sociedad civil.
Se convertirá así, en una demanda y exigencia de los ciudadanos, en un logro sin retorno, tal como se expresa en la introducción de la Carta de Ciudades Educadoras: "Se afirma pues, un nuevo derecho de los habitantes de la ciudad: el derecho a una ciudad educadora"


1 "La ciutat del futur i el futur de les ciutats". Borja, Nel.lo, VallésFundació Campalans. Barcelona,1998
2 "La Ciudad Educadora" AAVV- Ajuntament de Barcelona, 1990

Ciudad Educadora. Una perspectiva política desde la complejidad.


Por Jahir Rodríguez Rodríguez


Resumen

La ciudad no es sólo un fenómeno urbanístico; está constituida por las sinergias que se producen entre las instituciones y los espacios culturales, que nos brindan la posibilidad de aprender en la ciudad; entre la producción de mensajes y significados y que nos permiten, al propio tiempo, aprender de la ciudad y, también, de su pasado y su presente, muchas veces desconocido.

El Proyecto Ciudad Educadora, tiene como finalidad primordial- la construcción de una ciudadanía organizada, autónoma y solidaria, capaz de convivir en la diferencia y de solucionar pacíficamente sus conflictos.

En este proceso continuo y dinámico de aprendizaje, construcción y crítica, en el cual los seres humanos crean y recrean la cultura, que a su vez los produce y reproduce, la memoria colectiva tendrá que recuperar históricamente sus haceres, sus saberes y sus tipos de organización si se quiere privilegiar la solidaridad, reflexionados y construidos desde el pensamiento complejo.

Ciudad educadora es un proyecto que reivindica lo colectivo y lo público, lo político y lo ético y busca ingresar a la modernidad haciendo uso de la educación como fenómeno eminentemente comunicativo cuyo desarrollo potenciará la capacidad de incidencia de la sociedad sobre sus propios destinos, estableciendo cambios en la conducta y los comportamientos de los ciudadanos, buscando la construcción de la democracia y la ciudadanía como proyecto colectivo.

“La ciudad es un marco y un agente educador que, ante la tendencia a la concentración del poder, practica la opinión pública y la libertad; ante la tendencia al gregarismo, expresa el pluralismo; ante la tendencia a distribuir desigualmente las posibilidades, defiende la ciudadanía; ante la tendencia al individualismo, se esfuerza por practicar la individualidad solidaria... permite formar personas sensibles tanto a sus deberes como a sus derechos” (1)

Génesis de una idea

Ciudad Educadora es una propuesta inconclusa que se encuentra en proceso de trabajar y construir. Atraviesa la historia del ser humano y de las ciudades, desde la Polis Griega, pasando por la Cívitas Romana hasta las ciudades de hoy. En la historia contemporánea, renace en 1972 a partir de un documento preparado por Edgar Faure y otros, escrito para la UNESCO, titulado Aprender a Ser. (2)

En dicho texto, se propone sacar la educación de los espacios cerrados en donde se hallaba confinada, para trasladarla a los lugares de reunión, a las fábricas, las plazas, a los parques, a las calles y, en fin, a los espacios públicos. Es decir, que la ciudad se construye en escenarios y ambientes globales de aprendizaje en donde confluyen procesos, estrategias y vivencias educativas, así como el concepto de educación permanente a lo largo de la vida.

La ciudad no es ya sólo el conglomerado urbanístico y de pobladores, sino un gran alma, una ciudad viva, un cuerpo que siente, que se mueve, una ciudad con corazón propio, un ambiente y un contexto global de vida y aprendizaje.

La Ciudad Educadora no es, pues, un fin predeterminado. Es una propuesta en continua construcción, una historia que se va recorriendo, al tiempo que permite identificar el camino por el cual se habrá de transitar. Una utopía a la que vale la pena apostarle. Es, también, la posibilidad de materializar las ideas y propuestas de los estamentos que conforman el tejido social de la ciudad. Se trata, en síntesis, de un proyecto para construir ciudadanía y democracia; construir ciudad para más y mejores ciudadanos y su eje articulador es la construcción de un nuevo ciudadano.(3)

Desde Ciudad Educadora como propuesta política, el ser ciudadano -según la definición de Aristóteles-, es aquel que tiene la facultad de intervenir en las funciones deliberativas y judiciales de la ciudad. Para decirlo en palabras de Jordi Borja, ciudadano es aquel que ha participado en la conquista y construcción de la ciudad; de tal manera, que ser ciudadano no es una condición que se alcanza al llegar a una determinada edad; es la práctica continua de ciertos valores que el ser humano debe encontrar en la ciudad en la que habita.(4) La ciudadanía se alcanza en la relación dialéctica entre el ser humano y la ciudad: mientras ésta lo ciudadaniza, aquél la humaniza. En esta relación, la ciudad adquiere unas características especiales que la hacen ser más o menos humana, más o menos habitable.

Una ciudad que asume el pluralismo, deberá cultivar la tolerancia como uno de sus más significativos valores. Vista como elemento individual y colectivo protector de la libertad de todos, la tolerancia reviste tal importancia que muchas veces requiere ser protegida contra los intolerantes. Sin solidaridad el principio de la conciudadanía es puramente formal y vacío; también la tolerancia ilimitada es sólo la libertad de los más fuertes.

El análisis de la ciudad como fenómeno complejo, supone un amplio recorrido por la temática urbana y sus múltiples variables. Implica asumir diversas ópticas para aproximarse al concepto, evolución y percepción de aquello que la constituye. La ciudad hay que observarla siempre entre muchas luces,- entre otros amores, a través de sus musas más infantiles, más jóvenes o más maduras, de las musas clásicas de la cultura o las románticas de la libertad y de la igualdad o de las hijas del proceso histórico, como la musa del progreso económico o la del bienestar social; todas lo son por su carácter propio y porque tienen el valor de avanzar unidas, de conversar y de componer música.

Lo complejo de la ciudad

La realidad social, y por supuesto de las ciudades como sostiene Castoriades es una totalidad que es y no es al mismo tiempo una. Hoy resulta crucial, reflexionar desde la duda, desde lo complejo, desde los interrogantes y no, como estamos acostumbrados desde la pretensión de brindar una respuesta única y categórica a los problemas que enfrenta la ciudad y sus ciudadanos. Es reconocer la dificultad, es aceptar la complejidad, la incertidumbre y la necesidad de diversificar las posibilidades y las soluciones. Es principio necesario no solo en el plano individual sino también en el colectivo.

Una sugerencia complementaria ha venido sosteniendo Morín(5) : la complejidad es un tejido de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados: presenta lo uno y lo múltiple. Al mirar con más atención, la complejidad es, efectivamente, el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico. Así es que la complejidad se muestra con los rasgos inquietantes de lo enredado, de lo inextricable, del desorden, la ambigüedad, la incertidumbre, el pensamiento complejo no es aquel que evita o suprime el desafío, sino aquel que ayuda a revelarlo e incluso, tal vez, a superarlo(6) .

Profundizando en estas reflexiones, Lukacs, el filósofo marxista señala: “Lo complejo debe ser concebido como elemento primario existente. De donde resulta que hace falta examinar lo complejo de entrada en tanto complejo y pasar luego de lo complejo a sus elementos y procesos elementales”.(7)

Desde esta reflexión teórica Irey Gómez y Luis Alarcón han defendido la tesis, que la línea de fuga, la complejidad, es un flujo, una ruptura de la racionalidad, del orden de lo estriado. Nunca se acaba nada: el modo en que un espacio liso deja de estriar, pero también el modo en que un espacio estriado vuelve a producir liso, con valores, efectos y signos eventualmente muy diferentes... todo progreso se realiza por y en espacio estriado, pero es en el espacio liso donde se produce todo el devenir.

Un criterio que afianza este planteamiento en la construcción de la ciudad y su ciudadanía puede leerse en la Política Urbana, donde se debe desplegar una actitud que diga simultáneamente “si” y “no” a la forma convencional de teorizar lo real, una actitud como la denominada por Heidegger la serenidad para con las cosas(8) , la cual conjuntamente con la apertura a lo desconocido nos permite mantener despierto el pensar reflexivo, clave para interpretar lo esencial de la ciudad que se encuentra oculta, sumergida y cubierta, que sale a la superficie y se deja ver como si flotase, llegando de este modo hacer evidente y percibida por todos(9) .

En opinión del Ministerio de Desarrollo Económico, el problema de la ciudad no puede ser abordado al margen del pensamiento complejo(10) , esto es, de aquel que se resiste ha aceptar las fronteras trazadas por la manera tradicional de enfocar el fenómeno por la ciencia, que ve la sociedad a través de comportamientos estancos, estableciendo muros entre las disciplinas del saber. El pensamiento complejo, por el contrario, considera la sociedad como un proceso en continuo movimiento, logrando de esta forma iluminar aspectos no enfatizados por el modo de pensar fragmentario; pretende articular lo físico con lo biológico y ambos con lo antropológico social.(11)

La ciudad es un fenómeno que se abre en muchas dimensiones y que actúa en múltiples interacciones tejidas por la realidad social e histórica. Ella debe ser pensada desde la perspectiva de la complejidad; en un tejido de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados; presenta la paradoja de lo individual y múltiple, el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen el mundo urbano.(12) Por tanto, la ciudad no puede ser pensada sino en el espacio propuesto por el pensamiento complejo que incluya la interacción de saberes, a través de un proyecto que pueda unificar una concepción del hombre en términos de sus determinantes culturales básicos: moral-práctico (ética), estético-expresivo, y cognoscitivo-instrumental (ciencia y técnica)(13) .

Al decir del Ministerio de Desarrollo Económico, una propuesta teórica de complejidad restringida, por más que articule los atributos y las dimensiones no puede agotar el campo de lo urbano. La ciudad, como toda obra humana, es hija del tiempo y de la acción colectiva de muchas generaciones que no nació de la teoría sino de la práctica. Por ello, “los estudios históricos son una herramienta indispensable en el análisis de los sistemas complejos. Se debe tratar de reconstruir la evolución de los principales procesos que determinan el funcionamiento del sistema”.(14)

Esta es una actitud de pensamiento, en la cual se expresa el concepto de ciudad educadora, la educación en los marcos de la sociedad moderna que busca construir la democracia y la ciudadanía como un principio vital del hombre.

Una pregunta necesaria

¿Por qué no?. La Ciudad Educadora también puede ser analizada de acuerdo con las características de los "sistemas complejos adaptativos". El pensamiento complejo es hoy el predominante. Nos interesa, no por lo que tiene de moda, sino por su gesto abiertamente integrador.

El caso de la ciudad es, para él, uno más. Permite plantear el significado y la evolución de la ciudad sin caer en el atropello de los simplismos. Todos los seres presentan algún grado de síntesis y complejidad. Por eso existen. Ni siquiera las partículas elementales son tal elementales como se dice. La complejidad es una condición indispensable para cualquier existencia. Más aún si se trata de "sistemas complejos adaptativos": la vida, los ecosistemas, el sistema inmunitario de los mamíferos, el hombre, las organizaciones sociales.

Todos son producto de las sucesivas reorganizaciones de su propia complejidad. Fuera de la complejidad no se sobrevive.(15) El pensamiento complejo no hace análisis superficial, sino en profundidad y en red. Entierra el difunto concepto de causa y se propone estudiar interacciones e interdependencias. Para él, la totalidad es el resultado de las reciprocidades.

No cree en productos mecánicamente predecibles. Todo lo que vaya a surgir será emergencia, novedad. Será el resultado de una acción computacional que, en función de los modos de asociación / separación, seleccione y sintetice los datos disponibles. Ningún factor, por sí solo, nos garantiza qué calidad de zanahoria va a nacer o qué forma urbana se va a imponer. Es la propia complejidad del sistema abierto la que se encarga de absorber sus desequilibrios para organizarles en una nueva síntesis ocasional. Y todo esto, además, lo hace a través de una operación computacional "de asociación (conjunción, inclusión, identificación) y de separación (disyunción, oposición, exclusión").(16)

En el fondo, Edgar Morín, Murray Gell-Mann, Jorge Wagensberg, por citar tres autores de hoy, manejan la misma clave a pesar de trabajar sobre objetos tan distintos como las estructuras mentales, el conocimiento computacional, la evolución biológica o los fenómenos de la física cuántica. Entienden que la complejidad adaptativa es la clave para comprender cualquier proceso: psicológico o urbano, lingüístico o bioquímico, cerebral o planetario. Hablando en concreto, el secreto está en que la complejidad tiene una forma de apoderarse de sus insumos y de reorganizarse con ellos. Su tendencia es al orden.

Estamos ante una ciudad-encrucijada, ciudad-mundo, que se constituye precisamente a través de computar, conjugar, equilibrar, sus muchas divergencias internas. La ciudad actual responde a la acción de factores activos, incluso contrastantes. De ahí surge su ser variopinto y su capacidad para asombrarnos todos los días. La gran ciudad actual es grotesca. Ni siquiera se la conoce. Por debajo de su orden externo bulle una inmensa discordia. En ella cabe todo, hasta lo impensable. Su configuración futura no es, en consecuencia, exactamente predecible.

En el pensamiento complejo nada es exactamente predecible y, menos, tratándose del hombre. Sin embargo, tampoco será un caos. Los sistemas abiertos, adaptativos, tienden al orden. Es la ley de la entropía, pero al revés.(17)

La ciudad-mundo es una estopa de fuerzas visibles y fuerzas subterráneas. Olvida de dónde viene. Olvida cuál fue su primer apellido. Por debajo del cascarón físico, de sus edificios, avenidas y parques, corren, como en las órbitas internas del átomo, paquetes discontinuos de energía: la vida de la ciencia, las organizaciones del trabajo y del delito, los signos comunicacionales y el dinero, los que flotan peligrosamente sin vincularse oficialmente con nada.

La ciudad actual está arrancando los clavos en los que ellos colgaban su memoria y su nostalgia. Piensan que, lanzados a una barahúnda que ignora toda tradición y todo sentido de intimidad, están siendo etnológicamente “irrespetados”. Quizá consideran como des-humanización lo que otros llamarían sólo des-aldeanización.

La distancia entre el quark y el jaguar, viene a decir Murray Gell-Mann, de alguna manera, no existe. "El mundo del quark lo tiene todo para dar cuenta de un jaguar caminando en círculo en la noche".(18)

Ciertamente, todo esto resulta apasionante. Una hipótesis como esta demuestra la intensa continuidad, el isomorfismo estructural que hay entre entidades naturales y culturales, biológicas y cognoscitivas, tal como lo habían destacado interesantes físicos y psicólogos actuales: Piaget, Kapra, Bohr, Pribram, Maturana, etc.(19)

Una de las cosas que se lleva por delante el pensamiento complejo es el concepto de cosa, de ciudad, en cuanto unidad cerrada o nómada. En un sistema todos sus elementos se interaccionan. El pensamiento complejo desvela la complementariedad entre corpúsculos y energía, entre física y conciencia, entre historia y emocionalidad. De esa manera atribuye a los objetos y a los sucesos un carácter mucho más relacional y evanescente. Abandona las claves planas, unilaterales, y las sustituye con un juego de espejos combinados. La ciudad es un hecho cultural.

La ciudad virtual está empezando a ser más real que la real. La televisión es la única forma de recorrerla y de saber lo que está pasando en ella. Si el símbolo de la ciudad vieja era la catedral gótica, de puntillas hacia el cielo, con su austero mensaje de espiritualidad y eternidad, ahora lo es el gran centro comercial, las autopistas que hacen del viaje y el desplazamiento el símbolo de su nuevo inquilino. En urbes como Barcelona o Bogotá los centros comerciales han pasado a ser la representación más nítida de la ciudad. Ellos son los que mejor concentran su gente y su brillo. Si en la ciudad de antes había un centro indiscutible, hoy hay muchos. El centro ha explotado en fragmentos hacia la periferia. Cada uno de ellos maneja sus normas, sus valores y su argot. Esta es la ciudad postmoderna, la que se reemplaza rápidamente, policroma y hedonista. Suprime los espacios centrales con la misma facilidad con que reemplaza los discursos políticos y los valores morales. La centralidad no existe para ningún efecto. Cualquier intento de centralismo es un anacronía.

Esta es una ciudad subversiva, siniestra, lunática, miserable, pero, también, noble, educadora, refinada. Aquí cabe todo. Esa es su normalidad. La norma, el valor y el símbolo sólo pueden sobrevivir si se transforman. La discrepancia puede resultar hermosa o repugnante, pero es indiscutible.

El fenómeno de la re-territorialización de la ciudad está a la vista. Cada grupo y cada momento viven la ciudad a su manera. La otra es, fundamentalmente, una ciudad virtual. Los medios de información son los que se encargan de llevarnos a unos barrios, a una ciudad, que casi nunca pisamos. Vivimos en una ciudad informática. Contradictoria en muchos aspectos. Los teléfonos celulares, colgados de la cintura, a flor de robo, son parte de esta ciudad del exhibicionismo. Una ciudad que crea al delincuente y luego lo reprime. Lo cierto es que ella ya no está exactamente aquí o allá, ni es esto o lo otro. La ciudad es el flujo, la centrífuga, el dramatismo creado por su propia complejidad. Algunos, quizá, están en la ciudad, pero no pertenecen a ella. Están en el no-lugar. Para ellos la ciudad es el no-lugar, lo inhóspito, lo agresivo. De esa manera vienen a negar el concepto original de ciudad.

Como se sabe, frente a una visión nómada, historicista, del hombre, la ciudad quiso significar el lugar de la permanencia placentera. Por eso se prodigaron tanto a partir del Renacimiento. Los edificios históricos, los barrios coloniales, que a veces se conservan con galantería de orfebre, son otra muestra del eclecticismo de esta cultura. Ella ya ha madurado lo suficiente como para respetar y convivir con las diferencias. La inserción de la historia en la ciudad, la asunción de su temporalidad, subraya, igualmente, el carácter relativista y fugitivo con que al nuevo ocupante le agrada plantear sus relaciones. La experiencia de la complejidad orienta naturalmente hacia la tolerancia.

La nueva planificación urbana, en un espíritu educador, sus grandes concesiones al peatón, al paisaje, al espectáculo soberbio, a las estrellas y a la ecología, no sólo rescatan espacios para el hombre sino que responden a la angustia claustrofóbica que la ciudad de los 50 y 60 había creado. La gran ciudad de hoy está preparada para gozar y disfrutar, y no sólo para trabajar o dormir.

El sentido funcionalista de la arquitectura está siendo reprendido por la intención estética. Las mismas reliquias arquitectónicas o las esculturas ornamentales están más al servicio del placer que de la memoria histórica. El nuevo urbanismo vuelve a pagar un alto tributo a la elegancia y, desde luego, a su exorbitante demanda de servicios.

La identificación personal o colectiva es casi imposible y, además, superflua. La fluidez del río hace inútil cualquier identificación. Todos somos iguales, gotas de un cauce acelerado. ¿Quién es realmente extranjero, sorpresivo, hoy, en una ciudad mastodóntica?. Nada humano le es ajeno. Hay casos, sin embargo, en los que un maltrecho urbanismo no hace ni la más mínima concesión a la belleza o al hombre.

Pero aún queda la alternativa del modelo "cuántico", la del pensamiento complejo. Un modelo en red, de diferentes niveles discontinuos y enlazados, zonas diferenciadas, atravesadas por medios de comunicación y autopistas, pero en contacto también con un pedazo de tierra. Nos queda el modelo del átomo, de la célula, pero habitados por hombres. La megalópolis ya ha creado su propia patología. Ahora hay que dar tiempo a que su creciente complejidad sintetice el nuevo punto de equilibrio.

Democratización y proyecto societal

En este orden de ideas, el proceso de democratización de los estados, las sociedades y las ciudades, ha abierto la posibilidad para hacer realidad los ideales de la Ciudad Educadora como proyecto societal. Precisamente la ciudad y la educación son un campo interrelacionado, donde se pueden desestructurar las relaciones autoritarias y convertirlas en forma sistemática en relaciones democráticas. Aquí es donde cabe introducir en forma consciente las pautas sociales de la comprensión, la solidaridad y la responsabilidad por parte del Estado y de la sociedad civil.

Este proceso es paulatino, toda vez que enfrenta, por sí mismo, tradiciones fuertemente antidemocráticas, enraizadas en los aparatos estatales, educativos y en diversas concepciones y prácticas sociales. El proceso democratizador y educador debe ser coherente con un proyecto político para el buen gobierno de la ciudad, en el que se apuntalen biunívocamente y debe ser global, para que abarque la ciudad en su conjunto. Igualmente debe ser un proyecto cultural comprometido en la recuperación y en la construcción de la identidad histórica, la identidad cultural y la identidad ciudadana.

Los gobiernos locales para ser fuertes deben ser democráticos, es decir, representativos, basados en la elección popular directa, combinando la personalización y la globalización de la representación, así como la participación de las distintas zonas de la ciudad y de las minorías políticas, sociales y étnicas. Sólo un gobierno local representativo puede aspirar a ejercer legítimamente y con autonomía la autoridad.(20)

Los gobiernos serán autónomos no sólo si están liberados de tutelas políticas en el ejercicio de sus competencias y funciones, sino también si disponen de la posibilidad formal y material de establecer normas y tomar decisiones y, además, de hacerlas ejecutar. Pero al mismo tiempo los gobiernos locales no pueden reproducir y ampliar los vicios de las administraciones públicas tradicionales, por lo cual es deseable introducir formas modernas de control del gasto público y practicar una política de austeras concepciones que les permitirá movilizar mayores recursos para el servicio a los ciudadanos.

Las ciudades deben organizarse internamente según modelos de descentralización territorial, de forma que puedan desarrollar una gestión próxima a la ciudadanía, con el reconocimiento de las identidades barriales o vecinales y la creación de estructuras representativas que estimulen la participación ciudadana. Las ciudades deben favorecer la integración y la pluralidad. Es tan necesaria la transparencia en la gestión pública como la protección de la privacidad individual.(21)

Asimismo, la creación y promoción de mecanismos participativos, es una condición indispensable para la eficacia de la gestión urbana y para la democratización del modelo de gobierno.

Pero la democracia tiene el deber de no idealizar al pueblo, por la simple razón de que una comunidad “malformada” por la arbitrariedad y la manipulación termina pareciéndose a lo que la tiraniza. Para que la democracia funcione, es preciso procurar que se formen ciudadanos calificados, capaces de expresar criterios, imbuidos de principios, de responsabilidad social y de tener conciencia de sus derechos.

Ciudad y proyecto político

Construir políticamente una ciudad es dotarla de procesos políticos y administrativos que permitan el auto gobierno y la participación y su construcción social debe realizarse desde la sociedad local. Ello significa potenciar su capacidad de auto organización y movilización política. El proyecto político tiene como tarea el fortalecimiento del tejido social y una nueva forma de concebir y vivir lo político en la ciudad y su región, apoyados en una propuesta ética y técnica con una decidida conducción política, una base social fuerte y un proyecto cultural que identifique la ciudad.

Las ciudades se deben constituir en sí mismas proyectos políticos, dotarse para la acción política y para ejercer como verdaderas Polis. A este respecto el pensador chileno Sergio Boisier ha avanzado en diversas formulaciones para contextualizar la ciudad y la región en el marco y en la propuesta de un proyecto político. Advierte que construir políticamente una región (ciudad) es dotarla de estructuras políticas y administrativas que permitan un grado variable de autogobierno, algo que incluso puede hacerse por decreto. Y a renglón seguido conceptúa: “Construir socialmente una región (ciudad) es algo que debe hacerse desde y con la incipiente sociedad regional, toda vez que este proceso significa potenciar su capacidad de auto-organización, transformando una comunidad inanimada, segmentada por intereses sectoriales, poco perceptiva de su identificación territorial y en definitiva, pasiva, en otra organizada, cohesionada, consciente de la identidad sociedad-región, capaz de movilizarse tras proyectos colectivos, es decir, capaz de transformarse en sujeto de su propio desarrollo”.(22)

Este proceso de construcción regional se apoya a su turno en la puesta en práctica de dos proyectos: uno, de carácter político regional, productor de cohesión y de movilización y, otro, de naturaleza cultural regional, productor de la percepción colectiva y de identidad.

El primero de ellos supone definir, destaca Boisier, un futuro regional donde la ideología, su condición política, su apoyo social y su basamento técnico sean, soporte y se materialice en un escenario posible dentro de la gama de escenarios regionales deseables; el segundo, supone una inteligente combinación de la apropiación regional de las culturas locales vernáculas pre-existentes y la apropiación regional de la cultura regional.

Vista desde la perspectiva urbanística y de construcción de ciudad para aprovechar las potencialidades y hacer frente a los problemas que el desarrollo de la ciudad plantea, hay que dotarla de un proyecto colectivo capaz de ordenar el desarrollo urbano en beneficio de la mayoría de la población. Este diseño colectivo, democráticamente definido y aplicado con los intereses mayoritarios, contribuirá a la construcción de una ciudad colectiva y socialmente apropiada por los ciudadanos. Este proyecto no puede centrarse solamente en la transformación física de la estructura urbana. Debe contribuir de manera significativa al cambio de las estructuras mentales, y en sentido Gramsciano, debe cambiar la superestructura de la sociedad.

La transformación física del espacio es un factor importante en este proyecto de mejoramiento, pues como se ha indicado con anterioridad, la configuración del territorio es, al mismo tiempo, elemento resultante y condicionante de los procesos sociales que en él tienen lugar.

Uno de los principales requisitos para dotar a la ciudad de un proyecto de este tipo es adaptar las estructuras políticas y administrativas a los requerimientos que las nuevas dinámicas territoriales y sociales plantean. Esto debe hacerse a todas las escalas: desde lo global hasta lo local, con el propósito de que se permita planificar y gestionar unidades significativas del territorio de la ciudad, la región y el país.

Un proyecto político de esta dimensión para la ciudad, debe establecer un determinado ordenamiento del territorio que le permita definir con claridad las opciones de desarrollo futuro para beneficiar a la mayoría de la población. Este proyecto debe ser un ejercicio de construcción de la democracia local como expresión de la política en el mejor sentido de la palabra.

Los territorios organizados son los nuevos actores de la competencia internacional por el capital, por la tecnología y por los nichos de mercado. Tales territorios –en tanto regiones y/o ciudades- deben proyectarse a sí mismos como una unidad con identidad reconocida, como una totalidad referenciada, capaz de ofrecer una “imagen corporativa” en el mejor sentido del término. Esto resulta posible sólo si la región es capaz de generar un proyecto socialmente concertado, que no es otra cosa que un verdadero proyecto político generador de una movilización social. Muchas veces ello no será posible si tal proyecto no se acompaña y articula con un “proyecto cultural” que genere y/o refuerce la identidad de la comunidad con su propio hábitat regional.(23)

No cabe duda de que asistimos al fin de una época, así como se acabó Grecia, Roma. Como proyectos, hoy el proyecto político se convierte en el eje de la actividad y la construcción de las ciudades. Participamos en la construcción de nuevos escenarios que nos plantean nuevos tiempos, nuevas acciones y nuevas interpretaciones, visibles en la manera como se reorganizan las formas de trabajo y vida. Podemos afirmar que es una época de transición, en cuanto no se acaba de configurarse.

Los cambios más notorios y en los cuales el proyecto de ciudad tiene que inscribirse, nos habla de las transformaciones que se operan al nivel del saber y del conocimiento. Estas transformaciones son visibles en los cambios tecnológicos de la electrónica, la cibernética y la ingeniería genética, ejecutados a través de los servicios personales, la tecnología doméstica e industrial, las computadoras, la bioagricultura y las telecomunicaciones. La velocidad de los cambios también afecta la manera como se da el conocimiento. Cada vez asistimos a una competencia educativa que no solo requiere investigación y enseñanza sino aceleradamente exige información actualizada como componente básico de ese conocimiento, con el consabido peligro de que la información tiende a desplazar la profundidad del conocimiento.

La época de entrecruce de centurias trae una serie de prácticas nuevas para la construcción de las ciudades, algunas derivadas de los cambios políticos, otras de los imaginarios colectivos y otras más, de los intentos de modernización de las instituciones y de las estructuras en las cuales funciona la sociedad.

Estas prácticas nuevas nos hablan no sólo de un cambio cultural sino también de un cambio al interior del proceso social: sin duda, observamos como se producen una serie de modificaciones en los comportamientos y hábitos de las personas en sus relaciones con las instituciones públicas, en la manera como se relacionan con el Estado y sobre todo, en los mecanismos de construcción de lo público.

Todas estas situaciones traen tras de sí, otra manera de ser y hacer política. Cursamos un momento histórico de la ciudad cuya tarea central es la construcción de una nueva ciudadanía en la que todos nos sintamos representados y que haga compatibles igualdad con libertad; unidad con multiplicidad y diversidad con diferencia. Sin duda esto implica un proceso de deconstrucción de lo político –como idea y como práctica-, y de reconstrucción de una nueva manera de ser de la política que, recuperando su pasado, sea capaz de decir y construir lo nuevo como práctica y como discurso.

Si se parte del concepto de que el proyecto político debe buscar creativamente una nueva manera de hacer ciudad y ciudadanía, esto significa que se debe construir una nueva responsabilidad social e individual, tener mucha transparencia y ante todo abandonar el corporativismo, que con una tradición de gremio ha defendido los intereses individuales de la sociedad.

No basta con tener intereses claros de ciudad y de sociedad desde el proyecto político, es necesario construir el bloque histórico del que hablara Gramsci y construir nuevas formas de organización. Es también necesario dotar a la ciudad de una teoría, que partiendo de toda pretensión totalizante, de cuenta de los procesos de la realidad y tenga una capacidad permanente para explicar los fenómenos nuevos esa capacidad consiste en saber retomar los elementos vivos de la sociedad como expresión de su pasado y recomponerlos en este final de siglo de tal manera que puedan ser explicativos y proyectivos de la época.

El proyecto de ciudad que desde la concepción educadora se puede construir, está inspirada en nuevas formas de gestión ciudadana y de proyectos urbanos, a este respecto Borja y Castells han hecho un importante ejercicio de reflexión que juzgamos oportuno destacar, el cual se expresa en el decálogo de gestores del desarrollo urbano:

· Las ciudades tienen calles, no carreteras.

· La ciudad es un espacio público.

· Hacer ciudad es construir lugares para la gente, para andar y encontrarse.

· Las obras se empiezan y se acaban bien.

· El desarrollo urbano se materializa en un programa de obras, pero sólo construye la ciudad futura si responde a un proyecto global.

· Las operaciones de desarrollo urbano son actuaciones integradas y estratégicas.

· En la ciudad el camino más corto entre dos puntos es el más hermoso. La estética urbana hace la ciudad vivible.